En una tarde de surf, en las playas de California, los hermanos deportistas Troy y Joshua Rodarmel tuvieron una idea original: diseñar una pulsera de silicona con dos hologramas. La llamaron Power Balance.
Fundaron la empresa (con el mismo nombre) junto a su padre y un amigo de la familia, en 2007, un año donde el boom de la tecnología estaba en su máximo apogeo.
Luego añadieron la narrativa de marca que lanzó el producto al estrellato: la pulsera tenía propiedades mágicas en la salud de las personas. Aumentaba la fuerza, energía, equilibrio, la coordinación, la resistencia, la flexibilidad y la concentración. Vamos, la poción mágica de Astérix y Obelix.
Los propios hermanos explicaban su invento milagroso a la revista deportiva Slam de esta forma: “Hemos logrado incorporar frecuencias en hologramas que interactúan de forma positiva con el campo magnético del cuerpo. Todo en el mundo tiene una frecuencia, como los teléfonos móviles, el wifi o las ondas de radio, y estas frecuencias interactúan entre sí. Algunas tienen efectos negativos en el cuerpo, pero otras generan efectos positivos. Descubrimos cómo ‘capturar’ esas frecuencias en un holograma que, al entrar en contacto con el cuerpo, mejora tu equilibrio, fuerza y flexibilidad”.
Las primeras 50 mil pulseras se distribuyeron en un campeonato de surf en California y despertó gran interés. Se empezaron a vender en el mercado norteamericano por 30 dólares. En cuestión de meses, la pulserita se convirtió en un fenómeno social. La gente creyó a pies juntillas lo que prometía la marca y el poder transformador del producto en su rendimiento físico.
La clave de su viralidad fue la credibilidad mediática que lograron gracias al uso de la pulsera por muchas celebridades del mundo del deporte como Shaquille O´Neal, Cristiano Ronaldo o David Beckham, del mundo del espectáculo como Leonardo DiCaprio, Robert De Niro… e incluso del mundo de la realeza como Kate Middleton o nuestro actual Rey. Personalidades que no fueron pagados por la marca, sino que creían realmente en los beneficios de las Power Balance.
Es lo que se conoce como el principio de consenso social (uno de los principios de persuasión de Robert Cialdini): si todos (o la mayoría) dicen que algo es bueno, será bueno.
En 2010, la compañía había alcanzado los 35 millones de dólares en facturación y vendido la friolera de 2 millones y medio de pulseras. Poco a poco se fue extendiendo por Europa y Asia como la pólvora.
La compañía, a pesar de que ya había algunas voces que denunciaban el fraude de su invento, seguía insistiendo en su discurso y narrativa con vídeos demostrativos de equilibrio como este (minuto 2.27).
Al final, la verdad no tardó en salir a la luz. Estudios científicos comenzaron a cuestionar su eficacia. Declararon que sus supuestos resultados de rendimiento eran consecuencia no del holograma, sino más bien del efecto placebo que generaba en las personas por el solo hecho de usarla.
Los primeros en alertar del engaño fue FACUA que denunció a Power Balance a finales de 2010. La empresa fue multada en España con 15.000 € por publicidad engañosa. A esta denuncia, se les sumó otras en Italia y Australia.
Pero el final de la empresa llegó cuando un grupo de consumidores en California demandaron de forma colectiva a la compañía en 2011. Power Balance tuvo que llegar a un acuerdo extrajudicial de 57 millones de dólares. En diciembre de ese año, se declararon en banca rota.
La empresa se reestructuró y sus fundadores salieron. Actualmente, Joshua Rodarmel es presidente de una agencia de publicidad y CEO de un holding de inversión. Su hermano Troy, es director general de una empresa fundada por él.
Lo más alucinante de toda esta historia es ver cómo millones de personas compraron la pulsera sin cuestionar ni por un solo momento si los beneficios que se prometían eran ciertos.
La mayoría se comporta como borregos imitando el comportamiento de otras personas que admiran. Y luego están los buscadores de soluciones rápidas y mágicas que no impliquen esfuerzo ni tiempo.
Lo único que falta es más pensamiento crítico y sentido común, sobre todo, en un mercado donde el marketing es cada vez más agresivo, invasivo y poco fiable.
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